El veneno de una mujer celosa resulta más mortífero que los colmillos de un perro rabioso.

El veneno de una mujer celosa resulta más mortífero que los colmillos de un perro rabioso.
Nada en este planeta se compara con el amor de una mujer: es bondadoso y compasivo, paciente y cariñoso, generoso, dulce e incondicional. Puro. Si eres su hombre, ella caminará sobre el agua y a través de una montaña por ti, sin importar cómo te hayas portado, sin importar la locura que hayas hecho, sin importar el momento ni la exigencia. Si eres su hombre, te hablará hasta que no queden más palabras que decir, te animará cuando estés en el fondo y pienses que simplemente no hay salida, te abrazará cuando estés enfermo y se reirá contigo cuando estés bien. Y si eres su hombre y esa mujer te ama —digo, ¿de verdad te ama?— te iluminará cuando estés apagado, te animará cuando estés deprimido, te defenderá incluso cuando no esté segura de que tuvieras razón y estará pendiente de cada palabra tuya, incluso cuando no digas nada que valga la pena escuchar. Y no importa lo que hagas, no importa cuántas veces sus amigas le digan que no sirves, no importa cuántas veces termines la relación, ella te dará lo mejor de sí misma y más, y seguirá intentando conquistar tu corazón, incluso cuando actúes como si todo lo que ha hecho para convencerte de que es la indicada no fuera suficiente. Así es el amor de una mujer: resiste la prueba del tiempo, la lógica y todas las circunstancias.