La satisfacción en la relación y los roles invertidos

Los hallazgos del estudio indican que en las relaciones de roles invertidos, la mujer es vista como más dominante y controladora, mientras que el hombre es percibido como más débil.

Una investigación reciente publicada en Sex Roles exploró las consecuencias para las parejas heterosexuales que no siguen las normas de género tradicionales en las que el hombre es el principal proveedor. Los hallazgos del estudio indican que en las relaciones de roles invertidos, la mujer es vista como más dominante y controladora, mientras que el hombre es percibido como más débil. Además, las mujeres en relaciones de roles invertidos son vistas como menos agradables y los hombres en tales relaciones reciben menos respeto.

El estudio destaca la influencia continua de las normas de género convencionales en las relaciones y los posibles obstáculos que encuentran las parejas que se apartan de estas normas. Los resultados implican que los estereotipos de género en el entorno pueden afectar las percepciones de hombres y mujeres sobre sus parejas, lo que podría conducir a resultados negativos en las relaciones.

A pesar de los cambios generacionales en las sociedades occidentales, los estereotipos de género convencionales persisten, lo que sugiere que los hombres priorizan mantener a sus familias mientras que las mujeres priorizan cuidarlas. Los estudios indican que cuando las parejas invierten estos roles de género tradicionales, es probable que experimenten resultados adversos como una menor satisfacción conyugal, una mayor probabilidad de divorcio y una menor calidad de la relación. Como era de esperarse, las parejas con inversión de roles enfrentan desafíos relacionales más importantes en países que se adhieren firmemente a los roles de género tradicionales.

Melissa Vink y sus colegas intentaron examinar los mecanismos subyacentes que explican las consecuencias adversas en las relaciones experimentadas por las parejas en relaciones de roles invertidos, particularmente en los casos en los que las mujeres han alcanzado un estatus social más alto que sus homólogos masculinos. Los investigadores plantearon la hipótesis de que el grado en que mujeres y hombres son penalizados por violar las normas sociales en cuanto a roles de género podría explicar el porqué estas parejas encuentran más dificultades y menos aceptación social que las parejas que se adhieren a roles de género tradicionales.

El equipo de investigación exploró si las parejas heterosexuales en relaciones de roles invertidos enfrentan posibles críticas de otros debido a las diferencias de estatus que desafían las jerarquías de género tradicionales. En dos estudios, los investigadores reclutaron a 223 personas que vivían en los Estados Unidos y a 269 personas que vivían en los Países Bajos para evaluar cómo las personas perciben y evalúan a las parejas que han invertido los roles de género tradicionales. En un tercer estudio, los investigadores reclutaron a 94 parejas heterosexuales en los Países Bajos (que habían estado en una relación durante al menos un año) para examinar los mecanismos potenciales que afectan la calidad de la relación dentro de las relaciones de roles invertidos.

Los resultados indican que los individuos percibieron a las mujeres en relaciones de roles invertidos como más dominantes y a los hombres como más débiles, lo que llevó a evaluaciones negativas de la calidad de su relación. En otras palabras, las mujeres con un estatus superior al de su pareja masculina son vulnerables a una penalización por dominancia, mientras que los hombres con un estatus inferior pueden enfrentar una penalización por debilidad. Estas sanciones contribuyen a la percepción de que una relación de roles invertidos es menos satisfactoria que una más convencional.

Las percepciones de dominancia y debilidad se vincularon con niveles reducidos de satisfacción en la relación dentro de las parejas con roles invertidos. El estudio enfatiza las posibles consecuencias para las parejas que se desvían de las normas de género convencionales y subraya el impacto continuo de estas normas en las relaciones.

Estos hallazgos son un primer indicio de que al menos cierta reacción puede afectar a las propias parejas y que las parejas en relaciones de roles invertidos experimentan las consecuencias negativas de desviarse de la jerarquía de género cuando los hombres tienen un estatus más alto que las mujeres.

El estudio también examinó el efecto protector de control relativo de las mujeres en este tipo de relación. La percepción de que las mujeres son más controladoras en una relación de roles invertidos generó impresiones más favorables de ella, y los individuos expresaron mayor agrado y respeto por ellas que las mujeres en igualdad de estatus o en relaciones tradicionales. Sólo cuando el estatus de los hombres se percibía como más débil hubo consecuencias en la satisfacción de la relación.

Este estudio proporciona pistas sobre la persistencia de las normas de género en culturas donde los géneros son iguales ante la ley. Vink y sus colegas concluyeron: «En general, estos hallazgos sugieren que los efectos negativos de las relaciones heterosexuales con roles invertidos son otra forma en que se protege la jerarquía de género y por qué los roles de género tradicionales son persistentes y difíciles de cambiar».

 

La historia de las personas transgénero

Transgénero es un término general que describe a las personas cuya identidad o expresión de género no coincide con el sexo que les asignaron al nacer. Por ejemplo, una persona transgénero puede identificarse como mujer a pesar de haber nacido con genitales masculinos.

Aunque las personas transgénero han existido durante cientos e incluso miles de años, según un artículo del Human Rights Campaign (HRC), el movimiento de derechos humanos transgénero existe desde hace menos de cien años. Según Susan Stryker, profesora de Yale University, en el siglo XIX comenzaron a surgir leyes dirigidas específicamente a las personas transgénero. «En la década de 1850, varias ciudades estadounidenses comenzaron a aprobar ordenanzas municipales que hacían ilegal que un hombre o una mujer apareciera en público «con una vestimenta que no perteneciera a su sexo», escribió en su libro «Transgender History».

A principios del siglo XX, la cirugía de reasignación o afirmación de género solo se llevaba a cabo en unos pocos centros médicos especializados en todo el mundo. Uno de los más grandes, en Alemania, fue blanco de los nazis. El Instituto de Sexología o Ciencias Sexuales en Berlín brindó tratamiento a Lili Elbe (cuya historia se hizo famosa por la película de 2015 «La chica danesa»; después de su transición en 1930, fue la primera receptora conocida de un trasplante de útero en un intento de lograr un embarazo, pero murió debido a las complicaciones posteriores) y Dora Richter (mujer trans alemana y la primera persona conocida en someterse a una cirugía completa de afirmación de género de hombre a mujer). Cuando Hitler llegó al poder en 1933, este instituto prácticamente fue destruido y sus archivos y biblioteca fueron quemados públicamente. El Instituto volvió a surgir, esta vez en Frankfurt, en 1973.

La atención médica para personas transgénero no surgió por completo hasta la segunda mitad del siglo XX, aunque todavía era muy limitada y en muchos países la cirugía de afirmación de género seguía siendo ilegal. En Estados Unidos, el Programa de Disforia de Género de Stanford en Palo Alto, California, asociado con el médico pionero en atención médica transgénero, Harry Benjamin, no se fundaría hasta 1968. Alguna asistencia médica para personas trans estaba disponible en Suecia y en el Hospital Universitario de Copenhague de Dinamarca, que proporcionó intervenciones quirúrgicas a la mujer trans estadounidense Christine Jorgensen a principios de la década de 1950, después de haber obtenido un permiso legal especial del Ministro de Asuntos Exteriores danés.